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jueves, 4 de enero de 2018



DE LA USURA Y SUS SALVAJES MONERÍAS
Ismael García C.
En países como el nuestro, los usureros son una triste realidad, como ocurre con aquellos que les prestan al módico diez por ciento o veinte por ciento por día a las señoras de los mercados. El círculo vicioso que se establece entre los vendedores y los prestamistas voraces frena no sólo las iniciativas de los desafortunados comerciantes en pequeño, sino que también impiden la superación de millares de familias. Ningún mecanismo de préstamo es humanitario, sólo por ser legal, pero la rapacidad de  los prestamistas es cruel y se vuelve tan cotidiana que casi llegan a formar parte de las  leyendas de nuestro pueblo. Algunos son tan excepcionales y extremadamente ambiciosos que sus estratagemas son dignas de premiarse con la cárcel y de llevarse a la pantalla grande.

El Mono, que así le llaman a uno de esos siniestros personajes, fue obrero y peón de gente pudiente de la zona occidental, así pudo ahorrar algún dinero y pensó ponerlo a trabajar convirtiéndose en prestamista a un interés elevado, es decir, se convirtió en usurero. Al pasar el tiempo el Mono se tecnificó más y se hizo asesorar por abogados que le mostraron que con conocimiento de la ley y estratagemas legales podrían hacerse maravillas, y ahí comenzó el verdadero negocio. El Mono daba en arrendamiento, con promesa de venta, casas que había obtenido de algunos de sus deudores insolventes, y estos inmuebles se los arrebataba a sus arrendantes y deudores, alegando necesidad de habitarlas y no devolvía ningún centavo del dinero extra obtenido con engaños.

El Mono enriquecido vio que sus hijos crecían y decidió que ellos deberían ser abogados para que le ayudaran con el negocio, y pensó: “Ojala que uno de mis hijos llegue a ser de esos que les dicen magistrados”. Así ocurrió, un primate bien alimentado,  hijo del Mono, se convirtió en magistrado de la corte de su país, haciendo su sueño realidad, y con chillidos de alegría dijo: “Ya nadie podrá tocarme, seré invencible, mi hijo me protegerá, pues está por encima de los abogados y jueces de este país”. Se carcajeó, se comió una banana y calculó sus ganancias, pues había obtenido más de 125 terrenos y casas por medio de esta práctica, a la cual siguió dedicándose, destruyendo ilusiones y vidas de muchas familias que con sacrificios, y con ánimo de ser dueños de su propia casa, cayeron en la sucia trampa de los fraudulentos contratos de arrendamiento con promesa de venta.

Se supo de una familia de la cual el Mono recibía mensualmente elevadas cantidades. Cuando creyeron que la deuda estaba próxima a saldarse, decidieron hacer un préstamo bancario para pagarle al Mono, y este se negó a otorgarles la escritura que los acreditaría como dueños de la casa. Al contrario, el Mono mañoso decidió lanzarlos de la casa alegando que la necesitaba para habitar. Uno de sus parientes, siguió un juicio para tal propósito y lo perdió, porque no probó la necesidad de habitar la casa, y volvió a intentarlo nuevamente y esa vez si ganó apoyado por una jueza, compañera o comadre, que fingía impartir justicia en una santa, centenaria y morena ciudad.

Las víctimas de este caso no tuvieron oportunidad de interponer recurso alguno, porque no se les notificó la sentencia, violándoles el derecho constitucional de poder ejercer su defensa ante una sentencia que ordenaba el lanzamiento de la casa. No les quedaba otra alternativa que interponer un proceso de amparo para que se les reconociera sus derechos constitucionales, lo cual prosperó cuando les admitieron la demanda, y habiendo sido recusado su hijo el magistrado, y ordenada la suspensión del proceso, el Mono trató de lanzar por sí mismo a los incautos de turno, quienes llamaron a la policía y detuvieron momentáneamente esta arbitrariedad, ya que el depositario, un tal señor Mendieta, que se prestó a seguirle el juego al Mono, empezó a sacarles las cosas y se las llevó secuestradas con rumbo desconocido. Los abogados, sabedores de quien era el hijo del Mono no tomaban estos casos y a las víctimas se les vulneraba los derechos constitucionales, y se ignoraba el principio constitucional de que todos somos iguales ante la ley.

Esta historia no concluye. El lector se imaginará que pasó después o sabrá más si se encuentra a un narrador mejor informado y sabio. Pero si nos seguimos dejando atropellar, como en el caso del Mono que se cree intocable porque su hijo es magistrado, y que siempre habrá jueces que le ayudarán a enriquecerse, sin ninguna limitante moral o legal, seguirán pasando casos como éste. La usura, además de ser un abuso es ilegal y fingir que no ocurre - como las diarias extorsiones-, no investigarla o solaparla ante evidencia irrefutable es complicidad y en el caso de los jueces podría haber prevaricato. Si estos ilícitos no se denuncian, quedará demostrado que si se tiene un corrupto de alto nivel en cualquiera de los poderes del Estado y, de paso, si todo mundo sabe que está vinculado con los facinerosos, nadie quiere ayudarle a las víctimas de estas mafias tercermundistas.  

Es parte de la solución quien denuncia casos como este. ¡Atrévase, no tenga miedo, o un día el Mono y sus compinches le robarán su patrimonio y gran parte de su vida!
Santa Ana, El Salvador, viernes 15 de octubre de 2010.

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Jorge Ismael García Corleto es escritor, director del Grupo de Actuación Teatral de Occidente (GATO), licenciado en psicología, licenciado en educación y Master en Educación Superior, trabaja en la docencia en el Centro Escolar INSA y en la Facultad Multidisciplinaria de Occidente de la Universidad de El Salvador, en Santa Ana.

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