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jueves, 17 de enero de 2019

CUANDO LOS JÓVENES SE ATREVEN A MEJORAR SU PAÍS


Ismael García C.

Los partidos políticos que nacieron durante la guerra fratricida salvadoreña de los años 80’s - contando con la complicidad de la Asamblea Legislativa, la Corte Suprema de Justicia, el Tribunal Supremo Electoral, la Fiscalía General de la República y el aparato mediático- han realizado una campaña política, que está a punto de concluir, marcada por atropellos a las reglas del juego democrático.

     La campaña positiva resalta las virtudes del propio candidato y su partido y propone soluciones. Por su parte, la campaña negativa resalta los errores y defectos del adversario, para que el público advierta los peligros de votar por él. Ambos tipos de campaña respetan las reglas de la política y de la ética.

Se ha observado campaña sucia por parte de los partidos tradicionales, la cual no ilustra al público ni lo previene, pues busca engañarlo, sin sentido ético, sin decoro; crea los errores y defectos, acusa en falso, con el objetivo de difamar a un adversario. Se manipula información, imágenes y/o video, se usa recursos ilícitos. Se ataca al adversario en la vida pública con temas de su vida privada (o de su familia), abarca el uso de las Instituciones con fines políticos para perjudicar a un candidato, y el uso faccioso de los medios de comunicación.

La campaña sucia es condenable y no sólo en la presente campaña electoral que los partidos tradicionales iniciaron muy adelantada. Se debe definir con claridad los límites entre lo ético y lo antiético, entre la libertad de expresión y el abuso de la misma, regularlo legalmente y profundizar en la conciencia ciudadana.

En cada etapa histórica hay revolucionarios y reaccionarios; un grueso sector en el medio vacila a uno y otro lado y se va reduciendo a medida que se desarrolla la toma de conciencia, como producto de la lucha antagónica y los intereses de clase. Pero al principio de todo proceso revolucionario, el sector intermedio es influido por las clases en el Poder, aun cuando trata de salirse de su opresión.

Ninguno de los problemas que afectan a nuestro país y a las clases populares y progresistas (asesinatos, delincuencia, concentración de la propiedad de la tierra en pocas manos, bajo desarrollo industrial, desempleo, atraso técnico y científico, sub-alimentación, reducido mercado de consumo; falta de viviendas, escuelas, centros de salud y hospitales; bajo salario real; explotación extranjera de las principales fuentes de riqueza; soberanía mediatizada y otros), pueden ser resueltos sin erradicar sus causas, limitándose a cambios periféricos, superficiales en el equipo gobernante a través de las formas tradicionales de la lucha política.
Las clases populares, víctimas de la explotación y de la corrupción, están en una encrucijada: o prolongan su existencia acrítica y apática ante la crisis general del país o deciden conquistar una vida libre de explotación y opresión, con algunas perspectivas de desarrollo y progreso, a través de la lucha política.

En El Salvador los partidos tradicionales justifican su descenso, racionalizando la inminente derrota electoral sin asumir sus errores. Gran parte de la población sigue negándose a conocer y comprender la crisis. Otros, los que toman conciencia y asumen nuevas ideas, recurren a la política como instrumento de lucha ante la magnitud y causas de los problemas nacionales.

Las fuerzas reaccionarias rechazan los cambios, que puedan amenazar sus intereses económicos o vulnerar sus privilegios de clase. Los políticos no revolucionarios pueden creer que la mayoría de votos acumulada asegura el gobierno, que si se perfila un régimen democrático representativo y se le orienta hacia la vigencia absoluta de la ley, nadie lo violentará. Pero el poder real se ejerce con una fuerza capaz de enfrentar con éxito y derrotar a los reaccionarios. La fuerza de los pueblos no depende sólo de su número de habitantes, también cuenta su moral y su conciencia social.

     Los beneficios morales que esta coyuntura ha significado para el pueblo es que millones de personas tienen la posibilidad de ser alguien, el pueblo gana confianza en su porvenir, y se va creando en los ciudadanos la conciencia de su dignidad. El pueblo aspira a beneficios materiales, pero también se dignificarse en la lucha. 

     Se debe creer en el pueblo, en las personas, y garantizarles alimentos, vivienda, servicios médicos, educación y  seguridad. El carácter y la actitud del liderazgo influyen en los acontecimientos y no es revolucionario quien no reclama sus derechos y no aspira a una sociedad superior. 

     Se debe crear en el pueblo una conciencia colectiva, actuando y trabajando solidariamente y superando el individualismo.

     Debe cultivarse la memoria de los luchadores sociales que en la historia de este país demostraron y enseñaron el humanismo que lleva al heroísmo. Dignos de recordar son los que, en los días difíciles de la lucha, en las ciudades, bajo la feroz persecución se jugaban constantemente la vida; los que en las montañas lucharon, y hasta murieron, impulsados por una causa.

     Habrá que alcanzar un alto grado de organización para aprovechar el entusiasmo actual, el espíritu de trabajo evidenciado en el territorio y fuera de él, y avanzar para lograr mucho más. Se debe tener un buen criterio para evaluar, para seleccionar cuadros con gran responsabilidad social y lealtad, sin olvidar darles seguimiento, pues los honores y los cargos son transitorios.  
     Desde que se empezó a perfilar este movimiento y Bukele fue objeto de ataques por el partido que lo llevó a dos alcaldías, millares de salvadoreños lo acompañan. Pronto comenzará a verse materializado en hechos el plan de gobierno a seguir, contando con el apoyo de un pueblo que enfrenta al boicot.

Santa Ana, El Salvador, 14 de enero de 2019.

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Jorge Ismael García Corleto es escritor, presidente de la Asociación GATO para las Artes y la Cultura, licenciado en Psicología, y en Educación y master en Educación Superior; trabaja en la docencia en el Centro Escolar INSA y en la Facultad Multidisciplinaria de Occidente de la Universidad de El Salvador, en Santa Ana.

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