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jueves, 1 de marzo de 2018



NUESTRO ARTE Y NUESTRA CULTURA

Ismael García C.

Nuestro arte y nuestra cultura no surgen en el vació, ocurren en un espacio, en un territorio y en un tiempo específicos, con antecedentes y referentes previos, en medio de una población, de una comunidad que forma parte de ese territorio aunque este último sea virtual.
Territorio es una porción de espacio perteneciente a una nación, región, provincia. Según Rafestin (1983) “el producto que resulta a partir del espacio por las redes, circuitos y flujos proyectados por los grupos sociales. El territorio es generado a partir del espacio y resulta de la acción de los distintos agentes, desde el estado al individuo, pasando por todas las organizaciones pequeñas o grandes.
Según Lefebre el espacio es la prisión original y el territorio es la prisión que el hombre se proporciona. El término territorio hace también referencia a la noción de límite, la cual explica la relación que mantiene un grupo con una porción del espacio. La acción de este grupo genera la delimitación. Se pertenece a un territorio que posee fronteras.
Los creadores de América Latina, como los de otras regiones crean a partir de sus experiencias y en su obra influyen: el medio ambiente, las costumbres, la manera de ser y de pensar, sus raíces y su pasado. Es más universal quien más local es, pues el conocimiento de lo propio no limita, por el contrario da el marco referencial para saber y valorar qué somos y que no somos.
Se requiere un arte rico, múltiple y variado, afín a lo que se hace en Europa o en los Estados Unidos, pero con características propias: la variedad es riqueza si un artista crea pensando en su “territorio”, su lugar específico creado con sus costumbres, con sus valores, con su forma de ser, y ese substrato se articula a las circunstancias históricas, políticas y sociales. Las fronteras del arte no se corresponden con las fronteras físicas o políticas. El arte como cualquier otra expresión cultural tiene las suyas, que suelen estar dadas por el significado profundo de sus productos.
Las categorías planteadas por Panowsky mantienen vigencia en el estudio y análisis de la obra de arte, pues el arte se produce en un tiempo y en un lugar. A nivel teórico en los últimos años con la supuesta explosión del arte latinoamericano se ha pretendido afirmar que los conceptos de territorio, frontera e identidad no tienen sentido, a partir de la invasiva globalización mundial. Existe un mayor interés hacia un determinado grupo de artistas. El arte es una de las formas de conocimiento más completas que existen, no puede ser superficial, pero un determinado arte “globalizado” muy poco podría enseñar, porque no tendría asideros.
Pero en América latina más de ciento cincuenta millones de personas están mal informadas pues los medios están en manos de monopolios. Sin las mismas posibilidades y recursos no se generaliza la “sociedad del conocimiento”. Los centros hegemónicos plantean que los nuevos creadores latinoamericanos no tienen fronteras, pero los museos, las galerías y los comisarios o curadores deciden a que creadores destacar o silenciar y los van confinando dentro de un compartimiento estanco, pero globalizado, de obras cuyas características no permiten precisar un territorio. Muchos curadores que pretenden configurar nuestra historia del arte no conocen la realidad de nuestros países, la lucha cotidiana de crear en condiciones precarias.
En muchas de las exposiciones de arte latinoamericano efectuadas en Estados Unidos y Europa se muestra a América Latina como un todo unitario, sin matices. Pero como señala Ivo Mesquita, Latinoamérica no comprende una identidad única, sino que en ella conviven por lo menos seis grupos culturales diferentes: Amazonia y el caribe (Venezuela, el norte de Brasil, el este de Colombia, las Guayanas y el Caribe), El Cono Sur (Argentina, Chile, Uruguay, Paraguay y el sur de Brasil) el Grupo Andino (Bolivia, Ecuador, Perú y Colombia); México, Centro América y el Nordeste Brasileño. Son muy conocidas las clasificaciones de Marta Traba y la del sociólogo brasileño Darcy Ribeiro y hay más que refuerzan que lo latinoamericano como tal no existe.
Los artistas Latinoamericanos de hoy participan, conocen y trabajan en un entorno internacional y sus preocupaciones ya no son las de  generaciones previas, en territorios donde ha ocurrido una de las mayores mezclas y sincretismos de gentes, culturas y tradiciones. Para referirse a América Latina se debe de tener en cuenta las particulares situaciones en las que se vive, sin olvidar los condicionantes históricos, las múltiples inmigraciones y su entorno geográfico.
Muchos de los artistas latinoamericanos que crean en sus lugares de origen, han sido conocidos hasta que participan en eventos internacionales en la metrópoli, muchos de ellos viven en continua adaptación, lo que enriquece y amplía su perspectiva, al confrontar y al mismo tiempo tener la posibilidad de un arte al nivel del centro, de poder hacer valer su arte no en una subcategoría por el hecho de tener el calificativo latinoamericano.
Algunos artistas trabajan en territorios de las identidades, personales e íntimos, en las regiones de los deseos, del sexo, del feminismo y de la homosexualidad, de la miseria, de la soledad, de la violencia, del terror y de la muerte, de las minorías, de la religión y del racismo.
El enfrentarse al arte a través y por el cuerpo muestra la gran variedad de lenguajes en la época de mayor libertad que ha vivido el mundo del arte como lo señala Arthur Danto en su libro Después del fin del arte. Estos artistas aportan su lenguaje, su conocimiento, su historia, su cultura, su religión, sus creencias en un período de construcción y de deconstrucción del cuerpo.
Algunos creadores plásticos han utilizado su obra para incidir, mostrar, denunciar, concienciar sobre alguna situación socio política.
Otros artistas muestran en sus obras la cultura popular de su comunidad, sus costumbres, actitudes, memoria, gustos, recuerdos de su niñez, la imagen de los abuelos, de la familia, y de sus vecinos.

Conclusiones

No hay características definitorias, taxativas,  que permitan ubicar una obra en un país o en un territorio, pero todos los artistas crean a partir de lo que conocen, de su realidad, su cultura, sus ancestros, cada artista es un mundo y se ve obligado a enfrentar la comercialización del arte bajo la óptica de la generalización, y la incidencia del comercio en su homogeneización, lo que a su vez altera y sustituye las expresiones comunales, por expresiones estereotipadas y chauvinistas.
 Las identidades aun si los artistas las reflejen en sus obras son excluidas por la crítica actual y los discursos de los museos y de los curadores.
Las políticas de internacionalización del arte deben sustentarse en el conocimiento de nuestras realidades y con la participación directa y activa de quienes viven y trabajan en estos países.

Santa Ana, El Salvador, 26 de febrero de 2018.

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Jorge Ismael García Corleto es escritor, presidente de la Asociación GATO para las Artes y la Cultura, licenciado en Psicología, y en Educación y master en Educación Superior; trabaja en la docencia en el Centro Escolar INSA y en la Facultad Multidisciplinaria de Occidente de la Universidad de El Salvador, en Santa Ana.



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