DE LA
USURA Y SUS SALVAJES MONERÍAS
Ismael García C.
En países como
el nuestro, los usureros son una triste realidad, como ocurre con aquellos que
les prestan al módico diez por ciento o veinte por ciento por día a las señoras
de los mercados. El círculo vicioso que se establece entre los vendedores y los
prestamistas voraces frena no sólo las iniciativas de los desafortunados
comerciantes en pequeño, sino que también impiden la superación de millares de
familias. Ningún mecanismo de préstamo es humanitario, sólo por ser legal, pero
la rapacidad de los prestamistas es
cruel y se vuelve tan cotidiana que casi llegan a formar parte de las leyendas de nuestro pueblo. Algunos son tan
excepcionales y extremadamente ambiciosos que sus estratagemas son dignas de premiarse
con la cárcel y de llevarse a la pantalla grande.
El Mono, que así
le llaman a uno de esos siniestros personajes, fue obrero y peón de gente
pudiente de la zona occidental, así pudo ahorrar algún dinero y pensó ponerlo a
trabajar convirtiéndose en prestamista a un interés elevado, es decir, se
convirtió en usurero. Al pasar el tiempo el Mono se tecnificó más y se hizo
asesorar por abogados que le mostraron que con conocimiento de la ley y
estratagemas legales podrían hacerse maravillas, y ahí comenzó el verdadero
negocio. El Mono daba en arrendamiento, con promesa de venta, casas que había
obtenido de algunos de sus deudores insolventes, y estos inmuebles se los arrebataba
a sus arrendantes y deudores, alegando necesidad de habitarlas y no devolvía
ningún centavo del dinero extra obtenido con engaños.
El Mono
enriquecido vio que sus hijos crecían y decidió que ellos deberían ser abogados
para que le ayudaran con el negocio, y pensó: “Ojala que uno de mis hijos llegue
a ser de esos que les dicen magistrados”. Así ocurrió, un primate bien
alimentado, hijo del Mono, se convirtió
en magistrado de la corte de su país, haciendo su sueño realidad, y con
chillidos de alegría dijo: “Ya nadie podrá tocarme, seré invencible, mi hijo me
protegerá, pues está por encima de los abogados y jueces de este país”. Se
carcajeó, se comió una banana y calculó sus ganancias, pues había obtenido más
de 125 terrenos y casas por medio de esta práctica, a la cual siguió dedicándose,
destruyendo ilusiones y vidas de muchas familias que con sacrificios, y con
ánimo de ser dueños de su propia casa, cayeron en la sucia trampa de los
fraudulentos contratos de arrendamiento con promesa de venta.
Se supo de una
familia de la cual el Mono recibía mensualmente elevadas cantidades. Cuando
creyeron que la deuda estaba próxima a saldarse, decidieron hacer un préstamo bancario
para pagarle al Mono, y este se negó a otorgarles la escritura que los
acreditaría como dueños de la casa. Al contrario, el Mono mañoso decidió
lanzarlos de la casa alegando que la necesitaba para habitar. Uno de sus
parientes, siguió un juicio para tal propósito y lo perdió, porque no probó la
necesidad de habitar la casa, y volvió a intentarlo nuevamente y esa vez si ganó
apoyado por una jueza, compañera o comadre, que fingía impartir justicia en una
santa, centenaria y morena ciudad.
Las víctimas de
este caso no tuvieron oportunidad de interponer recurso alguno, porque no se
les notificó la sentencia, violándoles el derecho constitucional de poder
ejercer su defensa ante una sentencia que ordenaba el lanzamiento de la casa.
No les quedaba otra alternativa que interponer un proceso de amparo para que se
les reconociera sus derechos constitucionales, lo cual prosperó cuando les admitieron
la demanda, y habiendo sido recusado su hijo el magistrado, y ordenada la
suspensión del proceso, el Mono trató de lanzar por sí mismo a los incautos de
turno, quienes llamaron a la policía y detuvieron momentáneamente esta
arbitrariedad, ya que el depositario, un tal señor Mendieta, que se prestó a
seguirle el juego al Mono, empezó a sacarles las cosas y se las llevó
secuestradas con rumbo desconocido. Los abogados, sabedores de quien era el hijo
del Mono no tomaban estos casos y a las víctimas se les vulneraba los derechos
constitucionales, y se ignoraba el principio constitucional de que todos somos
iguales ante la ley.
Esta historia no
concluye. El lector se imaginará que pasó después o sabrá más si se encuentra a
un narrador mejor informado y sabio. Pero si nos seguimos dejando atropellar,
como en el caso del Mono que se cree intocable porque su hijo es magistrado, y
que siempre habrá jueces que le ayudarán a enriquecerse, sin ninguna limitante
moral o legal, seguirán pasando casos como éste. La usura, además de ser un
abuso es ilegal y fingir que no ocurre - como las diarias extorsiones-, no
investigarla o solaparla ante evidencia irrefutable es complicidad y en el caso
de los jueces podría haber prevaricato. Si estos ilícitos no se denuncian,
quedará demostrado que si se tiene un corrupto de alto nivel en cualquiera de
los poderes del Estado y, de paso, si todo mundo sabe que está vinculado con
los facinerosos, nadie quiere ayudarle a las víctimas de estas mafias
tercermundistas.
Es parte de la
solución quien denuncia casos como este. ¡Atrévase, no tenga miedo, o un día el
Mono y sus compinches le robarán su patrimonio y gran parte de su vida!
Santa Ana, El
Salvador, viernes 15 de octubre de 2010.
……………………..
Jorge Ismael
García Corleto es escritor, director del Grupo de Actuación Teatral de
Occidente (GATO), licenciado en psicología, licenciado en educación y Master en
Educación Superior, trabaja en la docencia en el Centro Escolar INSA y en la Facultad
Multidisciplinaria de Occidente de la Universidad de El Salvador,
en Santa Ana.
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