LA APOROFOBIA
Ismael García
C.
En 1995 la filósofa Adela Cortina Orts, catedrática de Ética y Filosofía Política
de la Universidad de Valencia, escribiendo para una columna en ABC Cultural en
la que denunciaba que bajo muchas de las actitudes racistas y xenófobas, late una fobia a los pobres, creó el neologismo “aporofobia”(del griego άπορος (á-poros),
sin recursos, indigente, pobre; y φόβος, (fobos), miedo) para referirse al miedo hacia
la pobreza y
hacia los pobres; es una patología social adquirida que consiste en un
sentimiento de miedo y en una actitud de rechazo a quien carece de medios de
vida, que implica odio, repugnancia u hostilidad hacia el pobre, el
desamparado.
Cortina empleo el neologismo en artículos,
libros y conferencias, y también fue utilizado por luchadores sociales y organizaciones quienes apoyaron
su propuesta publicada en el año 2000 en El País, para la
incorporación de la palabra aporofobia al Diccionario de la Lengua
Española. En mayo de 2017 la Fundación del Español Urgente (Fundéu)
lo consideró un «neologismo válido»
y en septiembre de ese año la Real
Academia Española lo incluyó en el Diccionario. En septiembre de
2017, el Senado español incluyó la aporofobia como agravante en el Código
Penal. Aporofobia fue elegida palabra del año 2017 por Fundéu
BBVA.
La aporofobia se diferencia de la xenofobia y del
racismo, pues la xenofobia solo se refiere al rechazo al extranjero y el racismo es la
discriminación a grupos étnicos. La aporofobia no discrimina ni margina socialmente a personas inmigrantes o de otras etnias poseedoras
de riqueza y/o relevancia social y mediática.
La pobreza es una situación circunstancial, indeseable e injusta y no
forma parte de la identidad humana. La aporofobia se transmite desde una construcción social que sitúa en el imaginario
social a los pobres como posibles delincuentes y no como posibles víctimas de
la inequidad. Algunas políticas públicas orientadas a la seguridad y a la convivencia, y el tratamiento mediático refuerzan
la deshumanización de los pobres marcando una distancia simbólica entre capas
sociales, por lo que quienes se creen superiores marginan al pobre por
suponerlo fracasado y no se sienten obligados a tratarlo conforme a normas sociales,
morales y de justicia. Las creencias y mitos que culpan a los pobres por su precariedad subyacen
a la aporofobia y se les culpa de su exclusión social sin valorar las
condicionantes económicas, sociales y políticas.
El
economista Adam Smith, en su libro
Teoría de los sentimientos morales en 1759, expresaba que: “Esta disposición a
admirar y casi venerar al rico y al poderoso y a menospreciar o, al menos,
desdeñar a las personas de condición pobre y humilde, si bien necesaria para
establecer y mantener la distinción de rangos y el orden de la sociedad, es, al
mismo tiempo, la causa mayor y más universal de la corrupción de nuestros
sentimientos morales”.
El
neoliberalismo alienta la aporofobia porque al desregular todas las situaciones
económicas y sociales aumentan las desigualdades. A través de la historia siempre
han existido grupos privilegiados que intentan resguardar su posición y eso mantiene
la tendencia aporofóbica.
Cortina
analiza a la aporofobia en lo ético, cívico y social y propone enfrentarla desde
la educación, la política y las instituciones, promoviendo cambios sociales con
apoyo en las ciencias, favoreciendo el empoderamiento de las personas en
situación de desventaja y exclusión social e impulsando el reconocimiento de la
igualdad en la diferencia, el reconocimiento de que todos tenemos dignidad y
valor. Postula que la calidad de una sociedad democrática se mide por la
capacidad de reconocer la dignidad en las personas, no solo por su estructura
política, jurídica y social. Se trata de transformar y mejorar la sociedad en
lo social y ético-cívico, pero se fracasaría de no empoderar moralmente a los
ciudadanos.
La
aporafobia es compleja y multifactorial desde lo neurobiológico, psicológico y
social, pero puede tratarse aplicando experiencias reparadoras o sanadoras,
como educar en y para la autonomía y la compasión, y comportamientos y
actitudes inclusivos. Pero Cortina advierte que no habría fruto sin el
reconocimiento, el respeto, la mutua obligación, sin una relación que posibilite
una inclusión auténtica, pues vivimos en sociedades contractualitas, intercambiando
favores y se margina
a quien no puede hacerlo, se menosprecia, se infrahumaniza al pobre creyéndolo
incapaz de intercambiar e “indigno” de
recibir, privándolo de sus derechos.
Se debe revertir la tendencia
aporofóbica en la familia, en
la escuela, en la vida pública en la que
adulan a los poderosos. Pero se requiere crear un estado social de
derecho que garantice derechos de primera y segunda generación, es decir,
económicos, sociales y culturales para todos.
Cortina plantea una acción transformadora desde la
conciencia social de que la pobreza anula la libertad, obstaculiza los
proyectos de vida y la felicidad, porque los pobres carecen
de oportunidades mientras la elite acumula riquezas. Se requiere impulsar una ética cívica en
actividades sociales y económicas, de una ciudadanía autónoma, empoderada y el
desarrollo de políticas antipobreza que reduzcan las desigualdades sin desdeñar
lo afectivo.
Ante
el éxodo de inmigrantes económicos y de refugiados políticos se debe construir
una sociedad cosmopolita donde la hospitalidad sea una virtud, pero también un
deber y un derecho, un signo de civilización y una exigencia ética a partir del
reconocimiento de la dignidad propia y la ajena, evidenciada en la gestión
corresponsable de las condiciones sociales, jurídicas y políticas, erradicando
las exclusiones con la solidaridad y la compasión.
El
esfuerzo transformativo se ancla en la educación desde la familia, la escuela,
y distintos ámbitos de la vida pública, dirigida y orientada a formar
ciudadanos compasivos, interrelacionados solidariamente, empáticos con los que
sufren y comprometidos con los excluidos a causa de la pobreza.
Para Cortina el mayor riesgo de la aporofobia es
la invisibilidad de las víctimas. “La conciencia no capta a los mendigos sin
hogar y nuestro cerebro disociativo tiende a olvidar la pobreza en vez de
buscar soluciones. La sociedad prefiere que los excluidos estén
escondidos, pues le molestan los pobres "extranjeros,
nacionales o de la propia familia”, enorgullece el
pariente rico.
Hay
partidos políticos que se benefician con la exclusión de los pobres. Donal Trump,
presidente de Estados Unidos pone un muro en la fronera con México y no frente
a Canada, y no satifecho irrespeta a las naciones pobres como El Salvador,
Haití y algunos de África, atropellando derechos
y principios democráticos como la libertad y la justicia.
Hay
antecedentes históricos de la corrupción y existen organizaciones que se
dedican a corromper. La política no debe
dejarse permear por los negocios ni los negocios deben coimear a la política,
pues las empresas deben ayudar al desarrollo social y los políticos
deben impulsar el bienestar común gestionando bien los recursos públicos. Para Cortina la ética permite
"abaratar costes en dinero y sufrimiento y crear riqueza, mientras su
falta provoca fuga de capitales y pobreza. Se requieren sociedades muy morales
que resuelvan las injusticias, y "personas excelentes" para hacer una
sociedad justa, cambiar las políticas económicas actuales y cesar los discursos de odio que empeoran la
crisis y la pobreza; ante radicalismos excluyentes y actitudes opuestas a la
convivencia armónica se debe avanzar hacia la
solidaridad y la justicia.
Referencias
Cortina, Adela.
(2017) Aporofobia, el rechazo al pobre. Un desafío para la democracia,
Barcelona, Paidós, 200 pp.
Santa Ana, El Salvador, domingo 7 de enero de
2018.
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Jorge Ismael García
Corleto es escritor, presidente de la Asociación GATO para las Artes y la
Cultura, licenciado en Psicología, y en Educación y master en Educación
Superior; trabaja en la docencia en el Centro Escolar INSA y en la Facultad
Multidisciplinaria de Occidente de la Universidad de El Salvador, en Santa Ana.