Ellos vivían y viven en un submundo, inmersos en lo más
recóndito de lo telúrico, incluso actuaban bajo de agua, tenían arraigo en
Xibalbá y seguían a sus ascendientes, los señores del mal. Tan similares eran a
sus antecesores genéticos que bendecían las plagas y ellos mismos eran una
plaga tan terrible que ni los virus, ni las langostas, ni los sunamis, ni los
terremotos, ni la lava volcánica, ni las hormigas marabunta tenían más poder
para arrasar que ellos.
Atrapados en su
locura, sintiéndose asintomáticos se sentían, hacían un énfasis tan marcado
respecto a las patologías psíquicas de las nuevas generaciones, como siempre
elucubrando sus ideaciones delirantes, como chismes sórdido difamatorios. Sin
darse cuenta, en medio de su podredumbre, que ellos se habían vuelto
comentaristas de la diatriba, exegetas del mal, en algunos enfatizado hasta la
traición y decepción de quienes creyeron ser su pueblo.
Ellos se han
quedado fijados en su obsesión de poder y riqueza, que los condiciona a actuar
con el instinto de su especie, que aprovecha la nocturnidad, y que no les deja
actuar libremente ni en momentos sumamente difíciles. Con su tozudez, en la
superficie que depredan se acelera la línea de contaminación, y después casi no
hay cuerpo que resista y lo supere porque no todos somos Xbalanqué o su gemelo
Hunahpú.
Sus miradas de
odio y ambición disparan dardos y rayos de inmundicia y contagio. Atacan las
defensas escasas de aquellos millones de personas menesterosas que solo les
sirven para succionarles la sangre y la vida.
Actúan
alevosamente y con extrema ventaja llamando a todas sus hordas salvajes a velar
por sus intereses, pues la vida y la paz de la gente no les interesa nada, su
peso en oro se mide por la rentabilidad que les deja una marejada de muertos.
Se requiere
nuevos rostros -oyeron decir, y se maquillaron para verse nuevos-, nuevas
personas en las que se pueda confiar para que lleven bien las riendas de la
comarca y sus aldeas escucharon-, y se aproximaron a sus víctimas con
estrategia sibilina.
--La vida de
ellos no es importante, lo que interesa es la buena vida que nosotros llevamos
–dijo el poder oscuro-. ¡Quiero una buena cuota de cadáveres, que mueran todos
los que sea posible, apilen sus restos sin ceremonia, pues la carroña nos
alimenta! Esta acumulación de occisos muertos con armas invisibles nos
favorece. Lo importante para ellos no cuenta, lo valioso es lo que nos
beneficie a nosotros, somos seres especiales, tan elevados somos que ellos ni
haciendo torres de gimnasia pueden alcanzarnos.
El clan del mal
es tan intolerante y hasta en los demás ve las abyecciones que ellos mismos
cometen en niveles desquiciados. Son tan representativos de la sordidez más
absurda que nadie los quiere ni los respalda, pero ellos no necesitan de eso
pues ajustan la realidad a su medida. Siempre actúan como opositores,
detractores y apuestan porque la sociedad de la superficie falle. Tienen que
morir más de 400 muchachos, sin ninguna buena voluntad, habituados al terror y la
muerte a su alrededor, eso era extremadamente bueno. Óptimos para matar, aunque
solo su familia los viera buenos. No
tienen mística, pero practican el ocultismo más aberrante.
La mejor garantía
para la vida es luchar contra la encarnación del mal, quienes en la oscuridad
en que viven no ven más allá de si mismos, a su alrededor solo perciben lo
contante y sonante, envilecerse es su constante y su nombre siempre será
malsonante.
Inolvidables
engendros del mal y por el mal, que delinquen desde que el Arcángel Gabriel
tuvo que expulsarlos. Mas cabe reflexionar. ¿Sirvió de algo la expulsión de
Caín del paraíso? ¿Se libró la humanidad del mundo terrenal de que los apegados
a lo material y al beneplácito de sus superiores que sea capaz de matar incluso
a su familia?
Se puede y se
debe romper por primera vez con aquello que nos daña, ritardando: ralentizando,
decelerando o acelerando: hay quienes lo harán poquito a poquito, andante, poco
a poco, moderato, o galopante, bruscamente. Pero un paso llevará al otro.
Tanto tener miles
y millones a la vista los lleva a devorar con insano placer, ocultos del sol,
sin día de guardar que valga. ¡Ah! ¡Qué bella les resulta la vida insana!
Las peores
pesadillas no son tan terribles como la realidad de sus torturadas mentes
porque de-mentes así no es posible reponerse pronto y las huellas de su paso
maligno quedan marcadas por los estragos que causan.
No pronuncies
palabras que sean verdad o sabiduría, odian todo aquello que haga reflexionar
contra el mal y combatirlo, pues su submundo es de mentira y de aguas negras,
se subvierte la ética, se tapa herméticamente sus tropelías y son tan
hipócritas que rayan en el cinismo más exacerbado. Después se santifican en
ceremonias y monumentos que cual construcciones propias de la etapa histórica
del esclavismo costaron el sacrificio y la vida de generaciones.
Quieren acabar
con toda autoridad política, civil, policial y militar, médica,
administradores, académicos, científicos y técnicos humanizados, ingenieros,
profesores, psicólogos, comunicólogos, escritores, poetas, actores,
cantautores, y demás artistas y trabajadores del arte y la cultura, con toda
persona que se interese y trabaje con empeño en el bienestar de esa población
que en su mayoría hoy, como ocurrió con muchas generaciones pasadas, pone los
muertos que contabilizan los soberbios señores Camé.
Santa Ana, El Salvador, 24 de julio de 2020.
……………………
Jorge Ismael García Corleto es escritor, presidente de la
Asociación GATO para las Artes y la Cultura, licenciado en Psicología,
licenciado en Educación, máster en Educación Superior y estudiante de doctorado
en educación. Trabaja en la docencia en el Centro Escolar INSA y en la Facultad
Multidisciplinaria de Occidente de la Universidad de El Salvador, en Santa Ana.
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