Ismael García C.
La inflación se generalizó en el año 2022, hubo incertidumbre, afectación de los combustibles, las materias primas y los alimentos, restricciones en la cadena de suministros ante la guerra en Ucrania. Estados Unidos –que anunció el 2 de noviembre un aumento en las tasas de interés en 0,75%, rompiendo récords, frena el consumo y la inversión nacional e internacional y la Reserva Federal emite miles de millones de dólares pues prevén 400.000 millones en ayuda a la energía, la industria y el transporte y exigen inversiones transnacionales en su territorio. La economía mundial enfrenta la crisis energética más grave desde los años 1970, que disparó la inflación a niveles inéditos en décadas y frenó el crecimiento. El aumento de precios en los países del G20, que reúne las mayores economías del planeta lleva a la desaceleración económica mundial en 2023.
La experiencia de la década de 1970, las respuestas de políticas a la recesión mundial de 1975, la posterior estanflación y la recesión mundial de 1982 recuerdan que la inflación se mantiene si el crecimiento es débil. La recesión mundial de 1982 coincidió con la segunda tasa de crecimiento más baja en las economías en desarrollo en las últimas cinco décadas, solo superada por el año 2020. Provocó más de 40 crisis de deuda y después hubo una década sin crecimiento en muchas economías en desarrollo. Una conmoción moderada en la economía mundial en el año 2023, podría generar una recesión.
Los bancos centrales deberán esforzarse por controlar la inflación sin provocar una recesión mundial. No obstante, se requerirá una acción concertada. Los bancos centrales deben comunicar con claridad las políticas económicas, aportar a la reducción de la inflación y humanizar las restricciones. Deberán establecer planes fiscales para dar alivio a los hogares vulnerables, pues por lo general se protege poderosos intereses privados más que a la población afectada.
Se deberá frenar la inflación con medidas firmes para impulsar el suministro mundial, que permitan: aumentar la participación en la fuerza laboral facilitando la reasignación de los trabajadores desplazados, precios accesibles a quienes tienen bajos ingresos; mayor coordinación global para contribuir al suministro de alimentos y energía, acelerar la transición hacia fuentes de energía poco contaminantes, reducir el consumo energético; fortalecer las redes del comercio mundial para evitar cuellos de botella en el suministro, el proteccionismo y la fragmentación que afectarían aún más las redes comerciales.
El Fondo Monetario Internacional destaca que el gasto público se condiciona frente al endeudamiento. La actividad económica mundial se desacelera junto a la inflación más alta en decenios. La crisis del costo de vida, el endurecimiento de las condiciones financieras, el conflicto bélico en Ucrania, las sanciones contra Rusia y la persistencia de la pandemia de COVID-19 afectan las proyecciones. El FMI advierte que falta lo peor, a diferencia de la Gran Recesión del 2008 y el aislamiento del 2020, que llegaron pronto. Hay quienes hablan de la crisis más leve y corta de los últimos 40 años, llegan a creer que no habrá recesión, incluso si se frena. Hace diez meses se creía que la guerra cesaría pronto y continúa en un crudo invierno que puede matar millares de personas.
De acuerdo con el semanario inglés The Economist: “Europa se enfrenta a una crisis energética y geopolítica duradera” y aunque los precios de la energía están más bajos que en el verano y han contado con gas, este volverá a escasear y no obtendrán gas ruso. Una subida de los precios del gas podría matar a millares de europeos, aunque crean que será una crisis corta y suave. Más allá de la guerra de Ucrania, Europa se enfrenta a la reestructuración energética mundial y a poderosos intereses económicos. La suma de energía cara con subvenciones empresariales norteamericanas y chinas podría desindustrializar Europa, y se contraería su economía.
Según las proyecciones de la Organización para la Cooperación y el Desarrollo Económicos (OCDE), que integra 38 países que aportan el 60% de la producción económica mundial, las principales economías de América Latina se ralentizarán en 2023 y 2024, ante el endurecimiento de la coyuntura, el retiro de ayudas fiscales y el menor coste en materias primas. De 2014 a 2023 la región habrá crecido menos que durante la "década perdida" de los años 80. A los problemas estructurales de la región —baja inversión y productividad, informalidad, desocupación y altos niveles de desigualdad y pobreza—, que agravó el COVID, se sumó la inflación, el endeudamiento, el impacto del conflicto en Ucrania y las sanciones contra Rusia.
A la actividad económica de AL la desaceleran las políticas monetarias restrictivas y las limitaciones del gasto fiscal, se estanca la participación laboral, aumentaron la informalidad y cayeron los salarios reales. Sin embargo, la economía latinoamericana crecerá 1,3% en 2023. La desaceleración económica continuará en 2023 y desafiará a: reducir la evasión, aumentar la recaudación y mejorar la eficiencia y eficacia del gasto público; se deberá tener algún control del mercado para impulsar el crecimiento y la inversión; dinamizar la inversión y la productividad en respuesta a las demandas sociales, la creación de empleo formal y reducir la informalidad, la desigualdad y la pobreza, proponer políticas públicas innovadoras en lo productivo, financiero, comercial, social y en la economía del cuidado, para evitar una nueva década perdida” como la de 2014-2023.
El bajo dinamismo de los Estados Unidos, principal socio comercial y mayor fuente de remesas hacia los países de la subregión, afectará a sus vecinos y al consumo privado en las economías de Centroamérica. Una disminución de los precios de los bienes básicos favorecería esas economías, ya que algunas importan alimentos y energía.
Sirva este panorama más o menos equilibrado, objetivo y balanceado, en tono no alarmista ni optimista que ilustra la necesidad de apoyarnos unos a otros en circunstancias tan adversas, en un momento en el que sin practicar la solidaridad no se da importancia a las necesidades ajenas de vivir en un mundo que, a pesar de graves dificultades y crisis, ofrezca algunas oportunidades de seguir trabajando, ganarse la vida honestamente y llevar el pan a la mesa del grupo familiar que no pierde la esperanza de tener salud, educación, seguridad social y laboral, y paz con justicia social y respeto a su dignidad. Que la llegada al nuevo año cuente con personas e instituciones que aún practican el humanismo.
Santa Ana, El Salvador, 31 de diciembre de 2022.
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Jorge Ismael García Corleto es escritor, director del Grupo de Actuación Teatral de Occidente (GATO), licenciado en Psicología, y en Educación y master en Educación Superior; trabaja en la docencia en el Centro Escolar INSA y en la Facultad Multidisciplinaria de Occidente de la Universidad de El Salvador, en Santa Ana.
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