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jueves, 23 de abril de 2020

DOLOR, ESPERANZA Y LUCHA EN CUARESMA


Ismael García C.
     En la adolescencia me preguntaba si algún día me tocaría ir a la cárcel por mis ideas, como le pasó a grandes escritores, a artistas y luchadores sociales comprometidos con una causa, y a grandes líderes de la humanidad. Y uno recuerda a Mandela, a Pepe Mujica, a Gramsci. Y a cuántos mataron con la mayor violencia reclamando la paz, allí estaba el gran ejemplo de Gandhi, de Martin Luther King, de Roque Dalton, de Rutilio Grande y de nuestro San Romero de América.   Y no era para menos. Aunque yo nunca fui buen poeta o escritor, ni lo soy, ni lo seré, había razones de supervivencia para temerlo, porque si hasta los más grandes perecen por sus ideas, sus palabras y sus acciones, cómo no iba a sufrir un pobre gato como yo.
     Me preocupaba por si nos tocaría vivir una guerra como a muchos pueblos les tocó vivirla y sufrirla desde los más remotos tiempos de la historia, como una forma de vida expansionista y saqueadora, dirigida por los invasores, los detentadores de siempre y de toda ralea. Y la guerra la vivimos apenas unos pocos años después, con más de 75 mil muertos, que sumados a los 30 mil de la cuenta que provocó un famoso dictador de 1932, rebasan los cien mil seres humanos que terminan enfrentados o masacrados por los interés económicos de un pequeño, pero poderoso sector de la sociedad, que ejerce la discriminación más cruel contra aquellos a quienes les esquilan lo único que tienen para sostener la vida dentro de su piel.
     Los malos son tantos y se reproducen como el virus más mortífero, epidemia que llega hasta pandemia, en la que el vector es el hombre mismo, se aferran a sus posiciones, a sus falsas apreciaciones positivas de sí mismos, a sus apropiaciones ilícitas, con el descaro más inmenso, con la actitud más cínica y sinvergüenza  exudándola, ¡qué piel más resistente, cómo puede encapsular tanta inmundicia, tanta depravación, tanto veneno! 
     Vivimos una cuaresma de radio, televisión y virtualización, y sin prácticas hedonistas veraniegas. Y buscando aprovechar el tiempo en leer, reflexionar y mejorar como personas, ahora estamos enfrentando las peores ambiciones de poder, como en mi Los tres poderes, de unos pocos individuos al inicio de la trama, que casi nunca se dejan ver, fraguando el descontrol de la vida, en medio de la entrega de una cuota de miles de personas a la muerte, inmoladas como en el sacrificio más morboso, para asegurar ante los demonios del averno su obra de saqueo y control político irracional. Y mientras esto ocurre la pandemia innombrable nos acecha, se cuela por las fronteras, por los puntos ciegos, deambula por las calles a pie o sobre ruedas y nos atrapa en nuestras casas alquiladas o financiadas como esperando las plagas en Egipto o en nuestro Apocalipsis.
     Mientras las cifras de defunciones estaban disparadas a nivel mundial y esperábamos lo peor en este pequeño terruño, depauperado por aquellos de siempre, pero tan querido espacio originario para los que aspiramos a tiempos mejores, aun ante tanto dolor.
     Y ese sufrimiento se volvió más intenso para los que sufrieron una forma tan cruel de morir, probablemente aislados de los suyos y sin que los sobrevivientes pudieran seguir los ritos funerarios que permiten hacer un proceso de duelo culturalmente aceptado, que ayude a  una transición tan triste, compañeros de labores cercanos se sumaron por otros graves problemas de salud a las cifras de defunciones, sin poder hacer ni honras funerarias.
También grandes figuras mundiales de las artes y la literatura nos dejaban sin su grandioso talento en este mundo, ni podíamos hacer homenajes memorables ante un público que compartiera nuestra tristeza y dolor.
     A un mes de estar enclaustrados muchos lo encuentran insoportable, se ha tenido que estudiar y trabajar desde las casas con metodologías y recursos que aún no están a nuestro alcance, hacer tareas rutinarias más que nunca. Otros siendo seres sociales, extrañan sus ámbitos de expansión y a sus redes sociales reales, aunque si tienen conectividad probablemente no les faltarán las virtuales. Lo que todos comparten es que extrañan su vida normal de estudios y de trabajo. Con la zozobra de los presupuestos afectados, pese a las ayudas, por los requerimientos de estar apartados del mundo sin ser ermitaños y sin haber hecho votos de vivir distanciados de la vida mundana.
     Ni siquiera se trata de un distanciamiento estético, pero en lo que a mí se refiere a la estética no renuncio o dejaría de ser el aprendiz de artista de toda la vida; tampoco renuncio a la sensibilidad hacia el hogar, hacia la familia que nos precedió hacia la eternidad, a nuestra familia extensa y a nuestra familia nuclear cuyo nido se ha quedado vacío, pero que se renueva en los seres humanos más queridos.
     Se trata de un distanciamiento social en el sentido de no estar tan cerca unos de otros, sin darse la mano, un abrazo, un beso. Se trata de mantenerse “sanos” y vivos a costa de un alejamiento físico, vivir medio muertos para vivir, como automovilistas midiendo la distancia. Y aun viviendo muertos de hambre. Pero lavándonos constantemente, o frotándonos alcohol gel. Sobrevivir tiene sus sacrificios y sus costes.
     Y más sacrificados están aún quienes exponen su vida no solo por el azar de toparse con portadores del virus, sino porque están en las fronteras, metidos entre la comunidad para establecer control, para salvaguardarla o asistirla, aun cuando parte de ella no lo agradezca. Se ha tenido que improvisar albergues, reconstruir la red hospitalaria después de décadas de abandonos y realizar además el esfuerzo titánico de construir más centros de atención hospitalaria, equiparse para aliviar el dolor y dar aliento de vida exponiendo la vida. Mas se critica el esfuerzo, algunos esconden los recursos y otros sufren el más crudo escarnio y repetidas afrentas.
     Nos interesamos en desarrollar tanto lo comunitario para compartir armónicamente, en nuestra franja de istmo, y hoy esta tendencia gregaria nos puede matar. Y esperamos vivir aunque estemos atribulados porque la vida nos cambió, la capacidad de enfrentar una pandemia de este tipo sobrepasó economías y naciones poderosas, las hizo colapsar y los puso de rodillas.
     Pero nosotros estamos aquí en pie, luchando por la vida, pero con dignidad, esperanza y confianza en que pese a todas las erinias y las alimañas ponzoñosas, rastreras y traicioneras, que cual antagonistas de una película de horror le ponen freno a los esfuerzos de la población mayoritaria, y de su legítimo gobierno, para que la vida de nuestra gente se preserve. Hay tanto dolor y algunos todavía lo ven desde la cúspide del poder o de sus torres de marfil, preocupados por sus cuantiosas inversiones o por los huesos que caen de la mesa de los amos, sin preocuparse por la vida humana.
Seguimos viendo, oyendo y hablando ante tanta ignominia en contra de la humanidad, pues no nos podemos quedar callados, y sin embargo, tenemos la fe de que nos salvaremos y que la marejada vendrá embravecida, retumbando, que barrera de la tierra la iniquidad y nos librará de pecados que no tienen nada de originales, que son repetitivos, como repetitivo puede ser lo expresado en este escrito que se hace al palpitar de un corazón apasionado por cambiar el mundo.
Santa Ana, El Salvador, 23 de abril de 2020.
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Jorge Ismael García Corleto es escritor, presidente de la Asociación GATO para las Artes y la Cultura, licenciado en Psicología, licenciado en Educación, master en Educación Superior; y estudiante de doctorado en educación, trabaja en la docencia en el Centro Escolar INSA y en la Facultad Multidisciplinaria de Occidente de la Universidad de El Salvador, en Santa Ana.

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