Ismael García C.
En
la adolescencia me preguntaba si algún día me tocaría ir a la cárcel por mis
ideas, como le pasó a grandes escritores, a artistas y luchadores sociales comprometidos
con una causa, y a grandes líderes de la humanidad. Y uno recuerda a Mandela, a
Pepe Mujica, a Gramsci. Y a cuántos mataron con la mayor violencia reclamando
la paz, allí estaba el gran ejemplo de Gandhi, de Martin Luther King, de Roque
Dalton, de Rutilio Grande y de nuestro San Romero de América. Y no
era para menos. Aunque yo nunca fui buen poeta o escritor, ni lo soy, ni lo
seré, había razones de supervivencia para temerlo, porque si hasta los más
grandes perecen por sus ideas, sus palabras y sus acciones, cómo no iba a
sufrir un pobre gato como yo.
Me
preocupaba por si nos tocaría vivir una guerra como a muchos pueblos les tocó
vivirla y sufrirla desde los más remotos tiempos de la historia, como una forma
de vida expansionista y saqueadora, dirigida por los invasores, los detentadores
de siempre y de toda ralea. Y la guerra la vivimos apenas unos pocos años
después, con más de 75 mil muertos, que sumados a los 30 mil de la cuenta que
provocó un famoso dictador de 1932, rebasan los cien mil seres humanos que
terminan enfrentados o masacrados por los interés económicos de un pequeño,
pero poderoso sector de la sociedad, que ejerce la discriminación más cruel
contra aquellos a quienes les esquilan lo único que tienen para sostener la
vida dentro de su piel.
Los
malos son tantos y se reproducen como el virus más mortífero, epidemia que
llega hasta pandemia, en la que el vector es el hombre mismo, se aferran a sus
posiciones, a sus falsas apreciaciones positivas de sí mismos, a sus
apropiaciones ilícitas, con el descaro más inmenso, con la actitud más cínica y
sinvergüenza exudándola, ¡qué piel más
resistente, cómo puede encapsular tanta inmundicia, tanta depravación, tanto
veneno!
Vivimos
una cuaresma de radio, televisión y virtualización, y sin prácticas hedonistas
veraniegas. Y buscando aprovechar el tiempo en leer, reflexionar y mejorar como
personas, ahora estamos enfrentando las peores ambiciones de poder, como en mi Los tres poderes, de unos pocos
individuos al inicio de la trama, que casi nunca se dejan ver, fraguando el
descontrol de la vida, en medio de la entrega de una cuota de miles de personas
a la muerte, inmoladas como en el sacrificio más morboso, para asegurar ante
los demonios del averno su obra de saqueo y control político irracional. Y
mientras esto ocurre la pandemia innombrable nos acecha, se cuela por las
fronteras, por los puntos ciegos, deambula por las calles a pie o sobre ruedas y
nos atrapa en nuestras casas alquiladas o financiadas como esperando las plagas
en Egipto o en nuestro Apocalipsis.
Mientras
las cifras de defunciones estaban disparadas a nivel mundial y esperábamos lo
peor en este pequeño terruño, depauperado por aquellos de siempre, pero tan
querido espacio originario para los que aspiramos a tiempos mejores, aun ante
tanto dolor.
Y
ese sufrimiento se volvió más intenso para los que sufrieron una forma tan
cruel de morir, probablemente aislados de los suyos y sin que los
sobrevivientes pudieran seguir los ritos funerarios que permiten hacer un proceso
de duelo culturalmente aceptado, que ayude a
una transición tan triste, compañeros de labores cercanos se sumaron por
otros graves problemas de salud a las cifras de defunciones, sin poder hacer ni
honras funerarias.
También grandes figuras mundiales de las
artes y la literatura nos dejaban sin su grandioso talento en este mundo, ni
podíamos hacer homenajes memorables ante un público que compartiera nuestra
tristeza y dolor.
A
un mes de estar enclaustrados muchos lo encuentran insoportable, se ha tenido
que estudiar y trabajar desde las casas con metodologías y recursos que aún no
están a nuestro alcance, hacer tareas rutinarias más que nunca. Otros siendo
seres sociales, extrañan sus ámbitos de expansión y a sus redes sociales
reales, aunque si tienen conectividad probablemente no les faltarán las
virtuales. Lo que todos comparten es que extrañan su vida normal de estudios y
de trabajo. Con la zozobra de los presupuestos afectados, pese a las ayudas,
por los requerimientos de estar apartados del mundo sin ser ermitaños y sin
haber hecho votos de vivir distanciados de la vida mundana.
Ni
siquiera se trata de un distanciamiento estético, pero en lo que a mí se
refiere a la estética no renuncio o dejaría de ser el aprendiz de artista de
toda la vida; tampoco renuncio a la sensibilidad hacia el hogar, hacia la familia
que nos precedió hacia la eternidad, a nuestra familia extensa y a nuestra
familia nuclear cuyo nido se ha quedado vacío, pero que se renueva en los seres
humanos más queridos.
Se
trata de un distanciamiento social en el sentido de no estar tan cerca unos de
otros, sin darse la mano, un abrazo, un beso. Se trata de mantenerse “sanos” y
vivos a costa de un alejamiento físico, vivir medio muertos para vivir, como
automovilistas midiendo la distancia. Y aun viviendo muertos de hambre. Pero
lavándonos constantemente, o frotándonos alcohol gel. Sobrevivir tiene sus
sacrificios y sus costes.
Y
más sacrificados están aún quienes exponen su vida no solo por el azar de
toparse con portadores del virus, sino porque están en las fronteras, metidos
entre la comunidad para establecer control, para salvaguardarla o asistirla,
aun cuando parte de ella no lo agradezca. Se ha tenido que improvisar
albergues, reconstruir la red hospitalaria después de décadas de abandonos y realizar
además el esfuerzo titánico de construir más centros de atención hospitalaria, equiparse
para aliviar el dolor y dar aliento de vida exponiendo la vida. Mas se critica
el esfuerzo, algunos esconden los recursos y otros sufren el más crudo escarnio
y repetidas afrentas.
Nos
interesamos en desarrollar tanto lo comunitario para compartir armónicamente,
en nuestra franja de istmo, y hoy esta tendencia gregaria nos puede matar. Y
esperamos vivir aunque estemos atribulados porque la vida nos cambió, la
capacidad de enfrentar una pandemia de este tipo sobrepasó economías y naciones
poderosas, las hizo colapsar y los puso de rodillas.
Pero nosotros estamos aquí en pie, luchando por la vida, pero con
dignidad, esperanza y confianza en que pese a todas las erinias y las alimañas
ponzoñosas, rastreras y traicioneras, que cual antagonistas de una película de
horror le ponen freno a los esfuerzos de la población mayoritaria, y de su
legítimo gobierno, para que la vida de nuestra gente se preserve. Hay tanto
dolor y algunos todavía lo ven desde la cúspide del poder o de sus torres de marfil,
preocupados por sus cuantiosas inversiones o por los huesos que caen de la mesa
de los amos, sin preocuparse por la vida humana.
Seguimos viendo, oyendo y hablando ante tanta
ignominia en contra de la humanidad, pues no nos podemos quedar callados, y sin
embargo, tenemos la fe de que nos salvaremos y que la marejada vendrá embravecida,
retumbando, que barrera de la tierra la iniquidad y nos librará de pecados que
no tienen nada de originales, que son repetitivos, como repetitivo puede ser lo
expresado en este escrito que se hace al palpitar de un corazón apasionado por
cambiar el mundo.
Santa Ana, El Salvador, 23 de abril de 2020.
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Jorge Ismael García Corleto es escritor, presidente de la Asociación
GATO para las Artes y la Cultura, licenciado en Psicología, licenciado en
Educación, master en Educación Superior; y estudiante de doctorado en educación,
trabaja en la docencia en el Centro Escolar INSA y en la Facultad
Multidisciplinaria de Occidente de la Universidad de El Salvador, en Santa Ana.