Ismael García C.
Los partidos políticos que nacieron durante la guerra
fratricida salvadoreña de los años 80’s - contando con la complicidad de la
Asamblea Legislativa, la Corte Suprema de Justicia, el Tribunal Supremo
Electoral, la Fiscalía General de la República y el aparato mediático- han
realizado una campaña política, que está a punto de concluir, marcada por
atropellos a las reglas del juego democrático.
La campaña
positiva resalta las virtudes del propio candidato y su partido y propone
soluciones. Por su parte, la campaña negativa resalta los errores y defectos
del adversario, para que el público advierta los peligros de votar por él.
Ambos tipos de campaña respetan las reglas de la política y de la ética.
Se ha observado campaña sucia por parte de los partidos
tradicionales, la cual no ilustra al público ni lo previene, pues busca
engañarlo, sin sentido ético, sin decoro; crea los errores y defectos, acusa en
falso, con el objetivo de difamar a un adversario. Se manipula información,
imágenes y/o video, se usa recursos ilícitos. Se ataca al adversario en la vida
pública con temas de su vida privada (o de su familia), abarca el uso de las
Instituciones con fines políticos para perjudicar a un candidato, y el uso
faccioso de los medios de comunicación.
La campaña sucia es condenable y no sólo en la presente
campaña electoral que los partidos tradicionales iniciaron muy adelantada. Se
debe definir con claridad los límites entre lo ético y lo antiético, entre la
libertad de expresión y el abuso de la misma, regularlo legalmente y
profundizar en la conciencia ciudadana.
En cada etapa histórica hay revolucionarios y
reaccionarios; un grueso sector en el medio vacila a uno y otro lado y se va
reduciendo a medida que se desarrolla la toma de conciencia, como producto de
la lucha antagónica y los intereses de clase. Pero al principio de todo proceso
revolucionario, el sector intermedio es influido por las clases en el Poder,
aun cuando trata de salirse de su opresión.
Ninguno de los problemas que afectan a nuestro país y a
las clases populares y progresistas (asesinatos, delincuencia, concentración de
la propiedad de la tierra en pocas manos, bajo desarrollo industrial,
desempleo, atraso técnico y científico, sub-alimentación, reducido mercado de
consumo; falta de viviendas, escuelas, centros de salud y hospitales; bajo
salario real; explotación extranjera de las principales fuentes de riqueza;
soberanía mediatizada y otros), pueden ser resueltos sin erradicar sus causas,
limitándose a cambios periféricos, superficiales en el equipo gobernante a
través de las formas tradicionales de la lucha política.
Las clases populares, víctimas de la explotación y de la
corrupción, están en una encrucijada: o prolongan su existencia acrítica y
apática ante la crisis general del país o deciden conquistar una vida libre de
explotación y opresión, con algunas perspectivas de desarrollo y progreso, a
través de la lucha política.
En El Salvador los partidos tradicionales justifican su
descenso, racionalizando la inminente derrota electoral sin asumir sus errores.
Gran parte de la población sigue negándose a conocer y comprender la crisis.
Otros, los que toman conciencia y asumen nuevas ideas, recurren a la política
como instrumento de lucha ante la magnitud y causas de los problemas
nacionales.
Las fuerzas reaccionarias rechazan los cambios, que
puedan amenazar sus intereses económicos o vulnerar sus privilegios de clase.
Los políticos no revolucionarios pueden creer que la mayoría de votos acumulada
asegura el gobierno, que si se perfila un régimen democrático representativo y
se le orienta hacia la vigencia absoluta de la ley, nadie lo violentará. Pero
el poder real se ejerce con una fuerza capaz de enfrentar con éxito y derrotar
a los reaccionarios. La fuerza de los pueblos no depende sólo de su número de
habitantes, también cuenta su moral y su conciencia social.
Los beneficios
morales que esta coyuntura ha significado para el pueblo es que millones de
personas tienen la posibilidad de ser alguien, el pueblo gana confianza en su
porvenir, y se va creando en los ciudadanos la conciencia de su dignidad. El
pueblo aspira a beneficios materiales, pero también se dignificarse en la
lucha.
Se debe creer
en el pueblo, en las personas, y garantizarles alimentos, vivienda, servicios
médicos, educación y seguridad. El
carácter y la actitud del liderazgo influyen en los acontecimientos y no es
revolucionario quien no reclama sus derechos y no aspira a una sociedad
superior.
Se debe crear
en el pueblo una conciencia colectiva, actuando y trabajando solidariamente y
superando el individualismo.
Debe
cultivarse la memoria de los luchadores sociales que en la historia de este
país demostraron y enseñaron el humanismo que lleva al heroísmo. Dignos de
recordar son los que, en los días difíciles de la lucha, en las ciudades, bajo
la feroz persecución se jugaban constantemente la vida; los que en las montañas
lucharon, y hasta murieron, impulsados por una causa.
Habrá que
alcanzar un alto grado de organización para aprovechar el entusiasmo actual, el
espíritu de trabajo evidenciado en el territorio y fuera de él, y avanzar para
lograr mucho más. Se debe tener un buen criterio para evaluar, para seleccionar
cuadros con gran responsabilidad social y lealtad, sin olvidar darles
seguimiento, pues los honores y los cargos son transitorios.
Desde que se
empezó a perfilar este movimiento y Bukele fue objeto de ataques por el partido
que lo llevó a dos alcaldías, millares de salvadoreños lo acompañan. Pronto
comenzará a verse materializado en hechos el plan de gobierno a seguir,
contando con el apoyo de un pueblo que enfrenta al boicot.
Santa Ana, El Salvador, 14 de enero de 2019.
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Jorge
Ismael García Corleto es escritor, presidente de la Asociación GATO para las
Artes y la Cultura, licenciado en Psicología, y en Educación y master en
Educación Superior; trabaja en la docencia en el Centro Escolar INSA y en la
Facultad Multidisciplinaria de Occidente de la Universidad de El Salvador, en
Santa Ana.