Ismael García C.
El
Bicentenario de la independencia patria no es significativo para algunas
personas. El proceso de Independencia es un hecho histórico sobre el cual se ha
construido un lugar común, dogmatizado, sustentando héroes y ejemplos sociales
que han devenido en fósiles que impiden la identificación, el conocimiento y el
protagonismo de nuevos modelos y valores sociales, acordes con la trayectoria
nacional de los siglos XX y XXI.
Además
de contribuir a crear un sentimiento de pertenencia a la comunidad nacional, el
festejo independentista legitima un determinado orden político y social, el
predominio de un sector de la sociedad emancipador y frena la existencia de una
comunidad más plural, igualitaria y democrática. El rito anual se constituye en
un recurso didáctico y de control social, en parte gracias al simbolismo que se
impone, los significados atribuidos a la Independencia funcionan como
correlatos de contención social, retrasando avanzar hacia una comunidad más
plena, que por el contrario enfrentó autoritarismo represivo, conspiración,
expropiación de ejidos y de tierras comunales, censura, descalificación
mediática, allanamiento de casas, persecución, prisiones arbitrarias, tortura,
exilio y otros.
La
historia nacional legitima la preeminencia social de la aristocracia criolla, el
acceso de ésta al poder oficial, cuando se hizo necesario mudar el control
social de hecho que ejercía sobre el pueblo (españoles, criollos, indígenas, zambos
y mulatos), durante la Colonia, a legalidad republicana. La elite conformó la
nacionalidad, pero frenó la libertad.
Las
celebraciones patrias sirvieron para la creación de una identidad colectiva o
sentimiento nacional, se disimuló la incoherencia de un sistema político que,
una vez organizada la república, se alejaba de la soberanía popular. Por el
contrario, se requiere una nación organizada, que comparte un ideario social, con
trabajadores productivos y responsables, con administradores y políticos probos
y éticos, perseverantes, estudiosos y profesionales en actualización
permanente, comunicadores sociales objetivos.
Cada
septiembre el mundo oficial, la opinión pública y los diversos actores que con
motivo de la conmemoración rinden homenaje a la historia nacional, reiteran un
discurso cuyo contenido quedó fijado desde las primeras celebraciones y ha sido
avalado por la mayor parte de la historiografía, como una crónica de los
sucesos políticos y bélicos. A los salvadoreños nos enseñan el himno desde la
niñez, la oración a la bandera y otros símbolos patrios relacionados con las
gestas independentistas de septiembre de 1821, pero también hubo sublevaciones
patriotas populares ahogadas, como la de 1814.
La
historia fortalece instituciones, respalda trayectorias, prestigia y legitima
el accionar de los grupos sociales, aún más a la elite dirigente, a los héroes
militares y a la generalidad de administradores públicos nacionales, civiles,
eclesiásticos y militares.
Desde
el siglo XIX se identifica el interés en resaltar sólo aspectos, valores y
modelos positivos. La independencia, sus significados y valores son reiterados
e intocables por la fortaleza del discurso oficial o por la eficacia de los
medios de ideologización. Se representa a la república como plena, con imperio
de la ley y libertad, democracia, orden y estabilidad, pese a la evidencia. Se
ha vuelto tabú toda crítica de la idea, imagen o noción que las instituciones o
personas tienen de sí mismas, de las demás, o de la trayectoria histórica
nacional. El estudio de la trayectoria histórica del país, de una persona,
grupo social o institución, más que como explicación, les sirve para afirmación
de identidad y de legitimidad de su poder, autoridad, respetabilidad pública y
privilegios.
La
celebración de la independencia transformada con el tiempo en gesta nacional festeja
el acceso al poder de la aristocracia criolla, se limita a rendir honor a próceres
y a militares. De acontecimiento libertario y republicano, promotor de la
libertad y la igualdad, la ciudadanía y sus derechos, se tornó en muro de
contención de las aspiraciones democráticas, de la sociedad. La forma en que se
celebra y el protagonismo exclusivo de la elite impide apreciar la evolución
del país, la heterogeneidad social, el protagonismo de los sectores
menesterosos, que fueron actores sociales relevantes.
No
obstante, cada generación tiene derecho a proponer sus propios hitos, símbolos
y modelos. Se debe actualizar la lucha por la justicia, la dignidad y la
democracia, los derechos, libertades, la participación y el bienestar
ciudadanos, el no emigrar obligados hacia los países que nos depredan. Las
luchas protagonizadas por personas de toda edad y condición merecen un lugar en
la historia. Pero cualquier iniciativa alternativa es censurada o ignorada. El
significado que se le ha atribuido a las gestas de independencia está fijado, variar
la interpretación se considera atentatorio contra la ley y el orden.
La narrativa
de la evolución del país como un todo homogéneo, bajo la sabia dirección de sus
gobernantes y el heroísmo de sus militares, ahora se ve permeada por actores al
margen de ellos y sus modelos, de sus beneficios y seguridades. La realidad
histórica es plural, heterogénea, contraria a la complacencia en un pasado del
cual se declara protagonistas a las élites añejas. Se lucha contra la
naturalización de la desigualdad y la jerarquía, por la justicia, la equidad,
la inclusión social, la libertad de avanzar hacia una efectiva cultura
democrática, con laboriosidad, ciencia, arte y recreación, humanismo, compromiso
con la justicia social, hacia un país moderno, desarrollado e inclusivo.
Es
tiempo de asumir nuestra historia, de reconocer la trayectoria del último
siglo, valorando a sus protagonistas confinados al anonimato, quienes lucharon por
la independencia de las mayorías. El bicentenario de la Independencia es celebrado
por un amplio colectivo social quienes vemos en este pequeño y querido territorio
la posibilidad de una vida mejor en armonía social y con el entorno, que
reafirme nuestro ser y valer.
Santa Ana, El Salvador, 19 de septiembre de 2021.
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Jorge Ismael García
Corleto es escritor, presidente de la Asociación GATO para las Artes y la
Cultura, licenciado en Psicología, licenciado en Educación, master en Educación
Superior; y egresado de doctorado en educación, trabaja en la docencia en el
Centro Escolar INSA y en la Facultad Multidisciplinaria de Occidente de la
Universidad de El Salvador, en Santa Ana.