Ismael García C.
La educación cumple su función social cuando
aporta al progreso económico y a la integración social, hacia una ciudadanía que
conozca sus deberes y obligaciones e identificada con la nación. Sin embargo, en
cuanto a la formación del espíritu nacional, se limita a organizar ceremonias y
desfiles que honran a la patria, a los próceres independentistas y a los símbolos del imaginario de la
nación salvadoreña.
Durante la colonia, la educación tenía
como objetivo la enseñanza de la lengua de los invasores y la obediencia, luego
ofreció formación básica exclusiva para los estratos de criollos y sus
descendientes, y después para la población originaria de estratos sociales
altos, aunque algunos integrantes de las clases bajas podían acceder a una
instrucción básica de lectoescritura.
La independencia centroamericana del
imperio español se conmemora el 15 de septiembre de 1821, pero El
Salvador surge como país hasta que se emitió la primera Constitución Política,
en febrero de 1841, y se celebra en la fecha 15 de septiembre, porque fue
utilizada por los integracionistas para mantener la cohesión de los países. (Vidal,
1969). La escuela, después de la
independencia, formó a la clase media ligada a funcionarios y administradores
de los bienes del Estado y desatendió la formación ciudadana del salvadoreño.
En la escuela poscolonial, a la enseñanza
pública se le asignó enseñar a los ciudadanos sus nuevos derechos y deberes
individuales, la transmisión de nuevos valores que debían contribuir a la
creación de una conciencia nacional y a un nuevo imaginario colectivo.
Durante el período conservador continuaron
catequizando a la población y enseñando las primeras letras. En el período
liberal del general Gerardo Barrios asignaban la lectura de la Constitución a
los niños escolares, y la lectura semanal del Diario Oficial en los colegios
(educación media). Después, el Plan Gavidia pretendía crear un modelo educativo
basado en la lectura de moral, ética, y leyes. Pero posteriores gobiernos y la
oligarquía, se limitaron a la lectoescritura y decreció la educación de la
ciudadanía y de la identidad nacional.
EEUU aumentó su poder en Centroamérica para
contar con una ruta marítima alterna, construyendo un canal en el Rio San Juan,
Nicaragua. Los liberales nicaragüenses contrataron al filibustero William
Walker para vencer a los conservadores y tomó el poder en 1856, obtuvo apoyo de
los estados esclavistas para tomar tierras, impuso el inglés como idioma
oficial y legalizó la esclavitud. Pero los centroamericanos organizaron una fuerza
militar contra Walker, en la que por El Salvador participaron Gerardo Barrios y
Ramón Belloso.
El historiador Héctor Lindo Fuentes,
refiere que Estados Unidos impuso en El Salvador como candidato presidencial de
1910 a Manuel Enrique Araujo, quien siendo mandatario enfrentó amenazas y conspiraciones.
En 1912, los obreros y los estudiantes rechazaban el imperialismo y la invasión
de los marines a Nicaragua y formaron comités de defensa en rechazo a la
presencia de EUA en Centroamérica. Ante esto Araujo tuvo que pronunciarse en
contra de la intervención norteamericana. La bandera salvadoreña azul y blanco refiere
al unionismo de Centroamérica y es un símbolo antiimperialista, entregado a las
tropas salvadoreñas un 15 de septiembre de 1912, y se retiró la bandera de las
barras y las estrellas vigente desde 1865; también se impuso una medalla al
General Juan Cañas, quien luchó contra Walker.
Durante el mandato del general Maximiliano
Martínez impulsaron la formación de valores ciudadanos e identitarios, se implantó
la Cartilla del Ciudadano, que enaltecía los principios cívicos y morales. A
través de la radio instruían a los padres para la educación de los hijos en
valores morales y en la formación del carácter nacional. Instituyó la ciudadanía
como asignatura, desde el nivel inicial hasta el superior y se incluyó la
identidad como eje transversal en las asignaturas de historia, dictado, lengua
española, música y deporte. Martínez, quería crear un “hombre salvadoreño” en
la línea ideológica y con el patrocinio del Tercer Reich.
La Reforma educativa del 68 sentó las
bases de la escolarización para todos, incluyendo al nivel universitario. Se
formó docentes exprés en muchas escuelas normales. La guerra civil (1979-1992) afectó la convivencia
ciudadana y la cobertura educativa; además aumentó la migración hacia Estados
Unidos. Tal tendencia impactó en la cultura salvadoreña, incorporando rasgos de
una identidad foránea que afecta a la identidad salvadoreña.
Los Acuerdos de Paz, en 1992, implicaron
nuevos retos en la educación para la ciudadanía, especialmente en cuanto a la
armonía social y la solución de conflictos, los cuales se incluyeron en el
currículo de forma esporádica a mediados de los noventa. A inicios del siglo XXI hubo cambios en
educación y una inversión sistemática, pero hasta ahora se trata el tema de la
ciudadanía y algo sobre identidad nacional en las asignaturas de Estudios
Sociales y Cívica, y en Moral, urbanidad y cívica.
Habermas trata la concepción de ciudadanía
entre una definición político-legal y otra socio-sicológica, o afectiva. La
ciudadanía legal se refiere a la pertenencia política al Estado, se adquiere al
nacer y es inherente al ser humano. La ciudadanía socio-sicológica procede de
una identificación propia y singular con un grupo nacional particular.
Herder (1959) vincula la identidad
política colectiva a compartir una cultura común, construida desde el lenguaje
(se comparte ideas, creencias, valores, mitos y visiones). En una comunidad se
construye el volksgeist o espíritu del pueblo de cada nación,
y lo define como las fuerzas creativas inconscientes que se manifiestan en
actividades de las comunidades humanas. Para Ellacuría (1991, p.211), “el
espíritu del pueblo representa el marco insuperable donde deben moverse los
espíritus individuales, donde pueden desarrollarse los individuos de cada
pueblo”.
El estadounidense Henry Giroux (1988,)
plantea desde la pedagogía crítica que el término “ciudadanía puede ser
entendido en parte como un proceso político de construcción del sentido, como
un proceso de regulación moral y producción cultural mediante el cual las
subjetividades particulares son establecidas alrededor de lo que significa ser
miembro del Estado-nación y, que la escuela infunde profundamente en el
desarrollo del niño” (p.125). A finales del siglo XIX, se señala que la
escuela “es el medio a través del cual la sociedad renueva de continuo los
condicionamientos de su propia existencia” (Durkheim, 1975, p.106). La escuela
preserva la cohesión y los valores de la sociedad, forma la identidad en una
cultura con determinadas tradiciones, idiosincrasias, imaginario y respeto por
su comunidad y su geografía.
El fomento de los valores de la
nacionalidad se contempla en la Ley de Cultura, en la Ley General de Educación
y en los Fundamentos de la Educación Nacional, se enfoca como parte de la
política educativa. La escuela no debe declinar
en su capacidad formadora de identidad y ciudadanía, para que no se generalicen:
la desintegración familiar, el individualismo, la delincuencia, la violencia en
cualquiera de sus formas y niveles, la migración forzada, el rechazo a las
instituciones, la mimetización cultural, el irrespeto a las libertades
democráticas, el consumismo y la baja autoestima. La escuela debe fortalecer la
identidad nacional, los valores del ciudadano que supera con su esfuerzo legal
y ético: la pobreza, la corrupción, la conflictividad social y la delincuencia,
debe llevar al alumnado por los senderos de la ciudadanía del siglo XXI.
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Jorge Ismael García Corleto es escritor, presidente de la Asociación
GATO para las Artes y la Cultura, licenciado en Psicología, y en Educación y
master en Educación Superior; trabaja en la docencia en el Centro Escolar INSA
y en la Facultad Multidisciplinaria de Occidente de la Universidad de El
Salvador, en Santa Ana.